Personalísimo
- Laura
- 7 sept 2011
- 2 Min. de lectura
Ustedes disculparán mi tardanza en escribir, pero ha habido sucesos que me han traído medio bajoneada últimamente. Sufrí de depresión post balacera en el estadio de los Santos, post locutor que pide que arrollemos ciclistas, post incendio en el casino de Monterrey y después post episodio de los quesos y el soborno.
Total, parece que en este país (y en este mundo) jamás se acaba. Cuando me di cuenta del tiempo que había pasado, decidí escribir este publicación a manera de catarsis.
Para nadie es secreto: vivimos en una sociedad sumamente consumista que, desde pequeños, nos sube en el tren del "más, más, más". Más éxito, más dinero, más cosas, más rápido, más joven.
Este es un mundo que te exige vivir menos, consumir más. Por eso te venden pan de muerto desde julio y árboles de navidad desde agosto. Por eso a mediados del 2011 ya venden coches modelo 2012. Por eso apenas sale el iPhone 4, empiezan a endulzarte la oreja con las bondades del iPhone 5.
Este trenecito no se para. Cuando volteas, ya pasaste muchas estaciones y no supiste ni cómo ni cuándo. Y en esta prisa de "lo que sigue", queda poco tiempo para entender lecciones, para asimilar aprendizajes, para reflexionar.
Creo firmemente que esto es una enfermedad que aqueja al mundo. Una grave. Y lo peor es que no sólo no veo señales de mejora, sino que el mal se está contagiando. De pronto, de entre sociedades históricamente pacíficas, de las que deberíamos estar aprendiendo lo bueno, sale un individuo capaz de disparar a matar decenas de personas, (jóvenes adolescentes), al azar, motivado por odio racial, perdiendo de vista el elemental punto de que todos somos personas.
Y después me volteo a ver a mí misma y encuentro conductas menos locas, pero que por ahí andan. Cada vez que digo "maldito camionero, ojalá se muera" o "estúpidos políticos, ojalá los maten". ¿Es eso en verdad lo que yo quisiera? No, pero uno suelta esas palabras como si nada. O sea, no me quiero dar golpes de pecho, pero de verdad creo que corregir las acciones empieza por corregir las palabras.
Total, como estoy en franca edad de tener niños y empiezo a pensar en el futuro y el mundo que van a vivir, (desigual, injusto, polarizado, materialista...), me cuestiono muchas cosas. Me da tristeza. Me pregunto qué tanto estoy haciendo y puedo hacer.
En fin... creo que han sido días de mucha ofuscación. Y me queda clarísimo que tengo muchas cosas que pensar; mucha tarea.
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